La filiación divina no es algo que obtenemos por nosotros mismos. Sólo a los que reciben a Cristo como su Salvador se les da la facultad de llegar a ser hijos e hijas de Dios. El pecador no puede librarse del pecado por ningún poder inherente. Para el logro de este resultado, debe buscar un poder superior. Juan exclamó: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Sólo Cristo tiene poder de limpiar el corazón. El que busque perdón y aceptación sólo puede decir: "Nada traigo en mi mano; sólo me aferro a la cruz". Pero la promesa de la filiación se brinda a todos aquellos que "creen en su nombre". Todo el que venga a Jesús con fe, recibirá perdón. . La religión de Cristo transforma el corazón.
domingo, 7 de enero de 2024
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